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    La batalla de Uchumayo fue el más importante enfrentamiento de la serie de escaramuzas, previas a la batalla de Socabaya, que sostuvieron las fuerzas del Ejército Unido al mando de Santa Cruz con las restauradoras al mando de Salaverry en las afueras de Arequipa los primeros días de febrero de 1836.



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    Antecedentes

    Tras abandonar precipitadamente la ciudad de Arequipa, ante la hostilidad de sus habitantes y el avance de Santa Cruz, Salaverry se retiró a las inmediaciones del pueblo de Uchumayo donde a la entrada del puente hizo levantar una serie de parapetos y trincheras en los que emplazó 2 piezas de artillería protegidas por una considerable fuerza de infantería.


    "Salaverry había intentado mandar una expedición a Iquique para avanzar por tierra a Bolivia y apoyar cualquier intento subversivo contra Santa Cruz; pero resultó que el jefe encargado de cumplir es te plan lo encontró impracticable. Dueño de Arequipa, fueron incesantes sus demandas de hombres, armas, monturas, equipo, ganado y dinero. Además se negó a que fuera convocado un cabildo abierto. 

    En las afueras de la ciudad, sus tropas es tuvieron tiroteándose varios días con destacamentos enemigos. Preocupó, además, entonces al caudillo la idea nacional y su secretario Andrés Martínez escribió una carta a Orbegoso que él suscribió el 22 de enero de 1836, para ex presar las razones por las que se debía repudiar patrióticamente a la Confederación y con la solemne promesa de servir a la órdenes del presidente legítimo si este se decidía a combatir la invasión boliviana. 

    Esta misiva seguramente no llegó jamás a poder del destinatario; pero constituye acaso el documento más elocuente en la profusa literatura adversa a la ilusión con federal. Santa Cruz, en tanto, concentraba tropas para atacar a su adversario. El 30 de enero entró en Arequipa. Al mando de la vanguardia boliviana, Ballivián, hombre ilustre poco después en la historia de su país, intentó pasar el puente de Uchumayo y no lo logró (4 de febrero de 1836). Fueron tres los encuentros de ese día, victoriosos todos para los peruanos.

    Salaverry mandó felicitar a Ballivián por su denuedo y hasta dícese que le dio un grado en su ejército. El éxito envalentonó a Salaverry y a los suyos".

    Jorge Basadre.

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    La batalla




    Vista del puente desde el Cerro Salaverry.

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    Luego de una serie de enfrentamientos menores, el Ejército Unido se desplazó hacia Uchumayo, adelantándose la vanguardia al mando del General José Ballivián quien se empeñó en forzar las posiciones enemigas con el batallón de la Guardia, cargando de frente y a pecho descubierto los soldados bolivianos lograron alcanzar las trincheras mas la falta de refuerzos y lo encarnizado de la resistencia obligaron a Ballivían a replegarse no sin sufrir fuertes perdidas, a pesar de ser herido en el ataque continuo sosteniendo el combate aunque en situación muy desventajosa. 

    General Felipe Santiago Salaverry.






    Uniforme del soldado chileno del Ejército Restaurador  y del soldado del Estado Sud peruano en 1836. El uniforme de la Confederación, constaba de un uniforme casi en su totalidad negro, siendo el uniforme estándar para la infantería de los 3 estados que la conformaban, diferenciándose por el penacho con los colores del respectivo estado además de llevar como insignia su escudo nacional.

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    Cuando Santa Cruz arribó al campo con el resto del ejército creyó un deber sostener el honor de su vanguardia boliviana así que envió una columna de cazadores y al batallón 1.º de Línea a los que relevo después el 6.º de Línea manteniéndose el ataque hasta la noche y reanudándose al día siguiente, sin que hubiera lograr tomar las trincheras. 


    Mientras tanto a las 5 de la tarde la división del General Anglade, formada por el batallón peruano Zepita y el 2.º de Línea boliviano más un escuadrón de caballería, había recibido orden de Santa Cruz de atravesar el río por el puente de palo y acometer a Salaverry por la retaguardia mas la oscuridad de la noche y el desconocimiento del terreno hizo que Anglade perdiera la dirección y tras sostener algunos tiroteos con partidas restauradoras hubo de repasar el puente en la madrugada del 5 sin haber cumplido su misión y perdiendo algunos hombres entre muertos y prisioneros. 


    Ante esto Santa Cruz tras 22 horas consecutivas de fuego y con el fin de sacar a Salaverry de sus atrincheramientos maniobró en retirada. El día 6 reunió su ejército en las cercanías del panteón de La Apacheta.


    General Andrés de Santa Cruz.

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    Consecuencias

    La vanguardia de Santa Cruz, constituida por el batallón de la Guardia tuvo 63 soldados muertos y 89 heridos, un oficial muerto, Teniente 1.º Justo Pastor Calderón, y 11 heridos entre los que figuraba el mismo General Ballivían, así como un coronel, un comandante, tres sargentos mayores, un capitán, dos tenientes 1ros y dos subtenientes. El general peruano Blas Cerdeña fue también herido de cierta gravedad por un balazo en la boca. En su conjunto las bajas en los combates del día 4 ascendieron a 315 muertos y 284 prisioneros.


    Aunque no existen datos sobre las bajas en el ejército restaurador dado que combatió parapetado, mientras que sus enemigos avanzaban al descubierto, es presumible que estas fueran considerablemente menores.


    En las primeras horas del día siguiente se hizo presente en el campamento de Salaverry el teniente coronel boliviano Sagarnaga, quien portando un pliego firmado por el General Brown solicitaba a nombre del general Santa Cruz la regularización de la guerra, Salaverry acepto y remitió al teniente coronel Guiliarte y el mayor Angulo que habían caído prisioneros en el combate del día anterior.

    Envalentonados por su éxito inicial los restauradores abandonaron sus posiciones para ocupar los altos de Paucarpata para lo cual debían desfilar delante de su enemigo.

    Tras la batalla, Salaverry dirigió la siguiente proclama a sus tropas:


    "Soldados: Ya tenéis al frente a los esplendidos vencedores de Yanacocha y a los invasores de vuestra patria. El ejercito restaurador ha visto amanecer este día de gloria y en él recogeréis los laureles debidos a los valientes.

    Soldados: El puente de Uchumayo intimidó a vuestros enemigos porque en él disteis pruebas de vuestro valor, y buscándolos en su retirada les obligáis a aceptar una batalla, de que quisieran alejarse. Bien pronto conocerán su impotencia y vuestro valor les arrancará los supuestos laureles que recogieron en Yanacocha.

    Valientes del Ejército Restaurador: los extranjeros deben ser para vosotros menos odiosos que los habitantes de Arequipa, ese pueblo desnaturalizado que se ha convertido en vuestro más crudo enemigo, es el que mas merece vuestro rigor, yo lo entrego a vuestra venganza para que experimente todos los males que merece por su criminal obstinación.

    Soldados: la gloria os llama y un hermoso botín os espera en el pérfido pueblo arequipeño. En todas partes veréis a vuestro lado a vuestro general Salaverry."




    Busto del General Salaverry en el cerro que lleva su nombre.


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    Sin embargo tres días después, el 18 de febrero de 1836 el joven caudillo peruano sería  completamente derrotado en la batalla de Socabaya, habiéndose entregado prisionero tras aceptar las propuestas del general  Guillermo Miller, y seria fusilado por Santa Cruz en la plaza mayor de Arequipa.


    En Arequipa existe hoy en día muchos lugares que recuerdan al General Salaverry: monumentos, avenidas, y un cuartel.

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    La pluma de Ricardo Palma reprodujo este suceso  en sus Tradiciones Peruanas, dedicándole una tradición que nombro:

     "La Salaverrina"

    (A Joaquín Palma, en Guatemala)



    El 23 de febrero de 1835 un joven de veintiocho años de edad, pues nació en Lima el 2 de mayo de 1806, y que recientemente había obtenido el ascenso a general de brigada, alzaba en la fortaleza del Callao la bandera de la revolución contra el gobierno del presidente constitucional don Luis José de Orbegoso. Al día siguiente el pueblo de Lima armonizó con la causa y principios proclamados por el flamante jefe supremo.

    Mal inspirado el gobernante legítimo, solicitó y obtuvo la alianza de nación vecina, y tropas extranjeras con el carácter de aliadas pisaron el territorio peruano. Así desnacionalizó Orbegoso su causa, y la del revolucionario general Salaverry ganó en prestigio, pues toda la juventud se agrupó en torno del pabellón de la patria, simbolizado en el joven caudillo. El país se hizo salaverrino.

    Salaverry, inteligente, simpático, honrado y bravo como un Ney o un Murat, un Necochea o un Córdoba, era el ídolo del soldado. La rigurosa disciplina establecida por él en su pequeño ejército, dio por fruto militares pundonorosos y valientes hasta el heroísmo.

    En agosto de ese año los dos mil hombres que componían el ejército estaban acantonados en Bellavista, pueblecito situado a dos millas cortas del Callao, donde el general Salaverry con infatigable constancia se ocupaba en ejercicios militares y en los últimos arreglos para emprender campaña contra el invasor.

    Salaverry, que en su niñez había sido alumno del conservatorio de música que hasta 1820 tuvieron los agustinos del convento de Lima, encontraba poco bélicas las marchas y pasos dobles que tocaban las dos únicas bandas militares de su ejército, y encargó a los jefes de batallón que estimularan a los músicos mayores para que compusieran algo que enardeciera el ánimo del soldado, arrastrándolo con irresistible impulso a morir defendiendo el honor de su bandera. Él quería otra Mansellesa, otro Himno de Riego, o algo siquiera como el Himno de Bilbao; música, en fin, de esa que hace hervir la sangre en las venas y que crea o improvisa valientes.

    Ya en dos ocasiones las bandas militares habían tocado, en la retreta que dos noches por semana daban a la puerta de la casa ocupada por Salaverry, marchas o pasos dobles, compuestos por músicos reputados en el país; pero el general dijo en tales oportunidades:

    -¡Eh! Esa música será muy buena para bailar boleros y zorongos, pero no para que los hombres se hagan matar.

    Una noche, sonadas ya las nueve y concluida la retreta, el capitán bajo cuyas órdenes iban las dos bandas, se acercó, como era de ordenanza, al jefe supremo, y cuadrándose militarmente le dijo:

    -Mi general, con su permiso van a retirarse las bandas a su cuartel.

    -Está bien -contestó lacónicamente Salaverry.

    Las dos bandas, al ponerse en movimiento, rompieron en una marcha alegre, entusiasta, en la que había algo de fragor de combate y diana de victoria, marcha guerrera, en fin, que repercutió en los nervios de Salaverry, quien echó a andar tras de los músicos y entró junto con ellos en el cuartel.

    -Coronel -dijo, dirigiéndose a Vivanco, que era el subjefe de estado mayor-. ¿Qué músico ha compuesto ese paso de ataque?

    -Aquí lo tiene vuecelencia -contestó Vivanco haciendo adelantar a un mulato de veinticinco años y de aspecto simpático, a pesar de que lucía un abdomen como un tambor.

    -¿Cómo se llama esta marcha, mi amigo?- le preguntó el jefe supremo, sonriendo ante la obesidad del músico.

    -La Salaverrina, mi general.

    -¿Y el nombre de usted?

    -Manuel Bañón, servidor de vuecelencia.

    -Pues, señor Bañón, lo felicito; porque ha compuesto un paso doble que llevará a mis tropas a la victoria. Desde hoy queda usted nombrado director de las bandas del ejército, con sueldo de capitán. Deme usted la mano.

    Y el heroico Salaverry, el ídolo de la juventud limeña, dio una empuñada al humilde músico; y volviéndose al coronel de carabineros de la Guardia, que se alistaba para realizar con doscientos sesenta hombres la ocupación de Cobija, añadió en voz baja:

    -Quiroga, toma seis onzas de oro de la caja de tu batallón y obséquiaselas a Bañón.

    Y La Salaverrina no se volvió a tocar por las bandas del ejército hasta el 4 de febrero de 1836 en el reñidísimo combate del puente de Uchumayo, en que salió derrotado y herido el general boliviano Rallivián, dejando trescientos quince muertos y doscientos ochenta y cuatro prisioneros. El coronel Cárdenas fue el héroe del combate.

    Salaverry ordenó que desde ese día, La Salaverrina del músico limeño Manuel Bañón se conociera con el nombre de El Ataque de Uchumayo.

    Ha transcurrido más de medio siglo y el paso doble de Uchumayo sigue siendo el predilecto del soldado peruano.

    Aquí deberíamos dar por concluida la tradición; pero habrá lectores que nos agradezcan el que por vía de epílogo les demos a conocer el éxito de la revolución encabezada por Salaverry.

    El 7 de febrero, esto es, tres días después del triunfo de Uchumayo, se dio la batalla de Socabaya. Eran las nueve de la mañana cuando la división boliviana del general Sagárnaga rompió fuego de cañón y fusilería sobre los batallones Chiclayo y Victoria, a órdenes del coronel Rivas, que habrían sido arrollados sin la oportuna y vigorosa carga del escuadrón húsares, mandado por el bizarro Lagomarsino, que perdió en ella la mitad de su gente.

    Los cazadores de la Guardia y los cazadores de Lima, mandados respectivamente por los coroneles Oyague y Ríos, se lanzaron con denuedo sobre los tres cuerpos bolivianos que tenían al frente. Oyague y Ríos cayeron muertos a la cabeza de sus batallones.

    Los batallones primero y segundo de carabineros, mandado el último por un hermano de Salaverry, se dejaron envolver por los dispersos; y lo mismo sucedió en las filas enemigas con tres cuerpos bolivianos.

    Así la infantería peruana como la boliviana desaparecieron del campo.

    En este momento dos escuadrones bolivianos cargaron sobre granaderos del Callao, que se desordenó al caer muerto su gallardo coronel don Pedro Zavala, hijo del marqués de Valleumbroso; pero los coroneles Boza y Solar, al frente de los famosos coraceros de Salaverry, dieron tan impetuosa carga sobre la caballería de Santacruz que la desbarataron por completo. En esta arremetida el valiente general Salaverry, lanza en mano, alentaba a sus soldados. La victoria sonreía a los peruanos.

    La infantería boliviana estaba en total dispersión y su caballería escapaba a todo correr acosada por los coraceros. Pero al pasar éstos persiguiendo a los enemigos, el batallón sexto de Bolivia, que era el cuerpo de reserva y que estaba oculto y parapetado tras de unas tapias, hizo una descarga cerrada sobre los coraceros, matándoles cuarenta y cinco hombres y convirtiendo en derrota el que los salaverrinos creían asegurado triunfo.

    A las once de la mañana, el mismo Santacruz, desesperanzado de vencer, se había puesto en fuga con dirección al Volcán, punto asignado para reunión de los dispersos.

    En esa batalla combatieron por parte de Salaverry mil novecientos hombres, sin contar la artillería, compuesta de seis piezas de montaña, que quedó a una legua del campo, perdida en unos fangales, y dos compañías, mandadas por el comandante Deustua, que escoltaban a aquéllas.

    El ejército boliviano constaba de dos mil doscientos hombres, sin incluir los setecientos de la división Quirós, que llegó a Socabaya dos horas después de cesado el fuego.

    La batalla fue la más sangrienta que registra la historia patria: pues se estimó en un treinta y cinco por ciento el número de los que por ambos ejércitos quedaron fuera de combate.

    En Waterloo, Wellington con ciento veintiocho mil hombres venció a los setenta y dos mil de Napoleón, y hubo cincuenta mil bajas; es decir, el veinticinco por ciento del total de combatientes.

    En nuestra clásica batalla de Ayacucho, en que por ambas partes fueron quince mil hombres los que entraron en acción, hubo tres mil seiscientos entre muertos y heridos, o sea el veinticuatro por ciento.

    Prisionero Salaverry, fue fusilado por el vencedor extranjero en la plaza de Arequipa, a las cinco de la tarde del 18 de febrero, en unión del general Fernandini, de los coroneles Solar, Cárdenas, Rivas, Carrillo y Valdivia, y de los comandantes Moya y Picoaga, hijo del brigadier español Picoaga, fusilado por Pumacagua. Todos recibieron la muerte sin revelar la menor flaqueza de ánimo.


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    “Aún vive en el Perú el “Ataque de Uchumayo”. Sin ningún mandato oficial, por acción espontánea y anónima, sus marciales acordes acompañaron al pueblo, hasta en las aldeas, en sus horas de jolgorio. Y en verdad es hermosa esta música tan profundamente criolla. Sólo clarines y tambores la tocan. Clarines y tambores que parecen embriagarse con ella, como los soldados que la engendraron se embriagan con aguardiente mezclado con pólvora antes de entrar al combate. Tras de sus jubilosas llamadas de diana, se columbran auroras. Es la guerra con sólo bayonetas y espadas, la guerra espectacular como un desfile. En ella están la improvisación, el entusiasmo breve, el arrebato de la esperanza.


    Otra marcha la complementa: la "Marcha Morán". La "Marcha Morán" nació muchos años más tarde, cuan do en 1854 un bravo veterano de la independencia fue fusilado inicuamente, en la saña de una guerra civil. También es muy popular en el Perú la "Marcha Morán". Encarna ella el homenaje tardío, el inútil respeto póstumo, la postergación del bueno y del apto, la tristeza de esta República atolondrada. En realidad, la "Marcha Morán" parece completar y responder al "Ataque de Uchumayo" y a su bella pero vana esperan za. Lo mejor de la historia peruana en la anterior era republicana puede ser evocado con una u otra o con ambas músicas".

    Jorge Basadre.


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    Fuente:
    • Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, Tomo II.
    • Crónicas del Déan Juan Gualberto Valdivia.
    • Manuel Bilbao, Historia de Salaverry.
    • Fotografías: Wikipedia.