Índice
    La Trilla del trigo en Arequipa de Antaño

    Historia


    Con la llegada de los españoles prosperaron los cultivos que ellos trajeron; así se hace importante el cultivo de la vid sobre todo en el valle de Vítor, el cultivo de ajos y cebollas en la campiña arequipeña, a la que se agregó el cultivo del trigo también traído por los colonizadores españoles, es por eso que a través de la historia se construyerón muchos molinos a lo largo de la campiña  arequipeña, siendo uno d e los más antiguos, el restaurado  y conocido Molino de Sabandía así como  otros que han llegado  hasta nuestros días y que si bien ya no cumplen la función por la que fueron creados hoy  se encuentran como un recuerdo del gran pasado agrícola de nuestra tierra.

    Hasta la época de 1940 se cultivaba preferentemente trigo para pan y maíz para chicha, luego se consiguieron variedades aclimatadas que tomaron el nombre de la región, por ejemplo el trigo se llamó, mentana, barba blanca, candial y florencia aurora y en maíz se cultivaba el maíz  que tomó el nombre arequipeño de maíz blanco, para mote y el maíz negro y  “culle” para hacer chicha, éstas variedades han desaparecido. 

    Hasta mediados del siglo XX , una de las más típicas estampas de Arequipa,  fue la Trilla, si bien se tiene conocimiento de esta  antigua actividad, pocos son los escritos que la describen tan bien, entre ellos:

    El año 1952, en la Revista Fanal de Lima Alfonso Delboy,  la describe tomando como referencia sus vivencias en los años 30s,  para 1996 hizo lo propio, Manuel Rodríguez Velásquez (MAROVE) en su libro ”Estampas de Arequipa” y por último Jorge L. Cárdenas Delgado en su Libro “Carmen Alto, Remembranzas de su ayer”  de 1998, logran trasladarnos a esa Arequipa rural,  cada vez más lejana para los nuevos habitantes de la ciudad Blanca. 

    Las actividades agrícolas propias de Arequipa subsisten  en los distritos más alejados de la ciudad  pero cada vez  más los pueblos tradicionales pierden  campiña y por ende urge que se rescate estas actividades netamente agrícolas.

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    [...] Arequipa es una hermosa ciudad situada entre el 16° y 17° latitud sur, y en el 72° longitud oeste. Dista treinta leguas de la costa y tiene sobre 30,000 habitantes. El valle es ancho y espacioso, y contiene los pueblos grandes y populosos de Paucarpata, Sabandía (famoso por sus baños), Characato, Mollebaya, Pocsi, Quequeña o Verdoso, Yarabamba, Tiabaya y otros. Los baños termales de Jesús están a dos leguas al sur de la ciudad. El trigo se produce en grande abundancia y de muy buena calidad; y las fresas y otras frutas de la zona templada son comunes.[...] Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú. Jhon Miller.


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    La Trilla


    En mis vacaciones escolares por los años de 1931 al 35, solía pasar los  veranos en una chacra de la campiña arequipeña conducida por una   allegada de mis familiares, a quien daba el cariñoso apelativo la Tía y que por embates de la fortuna se veía obligada a trabajar de sol a sol  en recia tarea, impropia de su sexo.

    Era un pequeño fundo de 60 topos, unas 20 hectáreas, que antaño había sido de los legendarios Canónigos del Fierro, luego propiedad los señores de Goyeneche, después de una sucesión de piadosas generaciones para terminar, según se me ha dicho, donada al Arzobispo de  la Blanca Ciudad. Se todo esto porque Tía era muy devota y la las noches nos obligaba a rezar interminables rosarios, dedicando los misterios a cada uno de los que había sido dueños de la heredad, llamaba Añaipata y quedaba tras un cerro del mismo nombre, a del Cementerio de la Apacheta, a una buena hora de caballo de la ciudad.

    La faena de la trilla es algo que ha quedado grabado en mi mente para siempre. Se hacía generalmente a fines de enero o principios de febrero , y constituía el más resonante suceso del campo.

    No sé si los métodos y costumbres de entonces subsistan todavía Tampoco sé -ni me propongo averiguarlo- si se trataba de un sistema propio de la región, o si era empleado en otros lugares. Me circunscribo únicamente a mis recuerdos.

    La trilla, como es obvio, empezaba con la siega. Toda la tarea se cumplía en verdadera carrera contra el tiempo. Arequipa, en aquellos meses, es tierra de chubascos y nada más perjudicial que un aguacero en cualquiera de las fases de la recolección. Si llueve, el grano se remoja y el beneficio se lo lleva la trampa. Era necesario tener mucha prisa.

    Yo siempre fui un mal segador pero así y todo exigía -y mimado de la patraña mi capricho era obedecido- que se me diera una melga como a cualquier jornalero, es decir, unos diez o doce surcos, entre canalillos de regadío, a lo largo de cada pampa que difícilmente tenía más de 150 varas de largo. Hombres y mujeres usaban hoces Collins o Caballito inglesas y también otras llamadas serruchos en el lenguaje del campo, y tenían singular habilidad para cortar, a unos 40 centímetros del suelo, los tallos pajizos de poco más de un metro, rematados por barbudas espigas pletóricas de grano. Así se formaban, cada cuatro o cinco pasos, abultadas gavillas que eran acomodadas en enormes costalones, de cotín, luego transportados por borricos para formar inmensa parva dentro de la era o canta ubicada en estratégica lomada a todo viento.

    Era muy ingenioso el labrador arequipeño. A los tres meses de sembrado el grano, cuando los tallitos verdes todavía no eran quebradizos, rociaba semilla de alfalfa que en momento de la siega ya se alzaba en tiernos brotes -el majuelo- para convertirse después en imponente alfalfar, delicia del ganado y fuente adicional de ingresos para el dueño. Eso era saber sacar partido de la tierra. Los campos segados no quedaban reducidos a improductivo pajonal.


    La Siega, pintura de Manuel Alzamora 1953.

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    La trilla tenía dos fases. No todo el grano maduraba al mismo tiempo y se necesitaba dos jornadas. La primera, trilla chica, o con madrina. La segunda, trilla grande, días después, con atajo.

    Las mieses (cereal maduro) quedaban en la canta. Allí con largos tridentes llamados horquillas eran cuidadosamente esparcidas, formando muelle acolchado de unos 80 centímetros de altura. La de Añaipata era circular, de duro piso de piedra cercada con tapial defendido por pencas de luna. Formaba una especie de coso de unos 20 metros de diámetro ion portalón de añosos troncos. La trilla chica no constituía para mi motivo de mayor entusiasmo. Era así: una media docena de borricos, y cuatro o cinco caballos y hasta tres bueyes eran colocados en hilera. Lado a lado unos de otros. 

    Con fuertes reatas de cuero retorcidos se les enlazaba por los cuellos y mediante huatos de caito (soguillas de luna de llama) se les amarraba los hocicos, por arriba de los belfos, para evitarles la tentación de servirse de las apetitosas espigas. El primer animal de la hilera, la madrina, era necesariamente una borrica Al hato así formado se le conducía al interior del coso, ubicándose  la madrina en el centro. Y luego, a remoler. La pobre madrina giraba sobre si misma, y los demás animales en tomo a ella. Daban y daban vueltas  lentamente por horas enteras, con breves jornadas de deseando, hasta triturar las espigas y hacer que los granos quedasen libres.

    Las primeras vueltas eran fatigosas, pues las bestias tenían que marchar por sobre un mar de quebradiza y hostilizante paja, pero cada vez sus pisadas hacían más blando el monótono camino. Al terminar su laica, las crujientes mieses quedaban reducidas a una molimiento áspero de granos, barbas y fragmentos de paja.

    La separación del grano y el desojo se cumplía poco tiempo después junto con el de la trilla grande, magno acontecimiento con contornos de fiesta y animación.

    Apenas empezaba a alumbrar el sol. ya estábamos en el campo. En aquella época podía andar sin zapatos; correteaba sin temor de las piedras y los tallos, con la planta endurecida como cualquier chacarero. Nos dábamos mucha prisa en segar, pues la tarea no debía durar mus de tres días. La era se iba repletando casi hasta el nivel del muro y al centro se acumulaba imponente castillo de algunos metros de altura. El primer atisbo de lluvia detenía nuestra tarea y todo era carreras para recoger los últimos montones segados. Debía salvarse la cosecha, librarla de la lluvia, cubriéndola con enormes paños de lona tolderas, tapando los resquicios con costales viejos y con cuanto trapo hubiese a mano. Hasta cubrecamas y frazadas.

    Llovía sólo unas horas y luego el sol se llevaba la humedad. Pero era necesario montar guardia toda la noche, y para esta tarea yo me prestaba gustosísimo. ¡Cuántas noches he dormido sobre las espigas asomando la cabeza por los pliegues de las lonas con la cara a las estrellas! Mi propósito de montar guardia era quebrantado por el sueño. Vigilaban recios peones armados de escopetas compactamente cargadas de granos de sal. En realidad, no se temía el robo de las mieses. El peligro estaba en que se robasen la costosas tolderas. Por aquellos años asolaban la campiña de Arequipa unos atrevidos bandoleros, los hermanos Tovar, a quienes los campesinos atribuían una cantidad inverosímil de depredaciones.

    Al fin terminaba la siega y la trilla grande debía cumplirse de inmediato. Por la mañana se hacia los últimos preparativos. Los peones extendían cuidadosamente las mieses con sus enormes horquillas y cuidaban los caballos del atajo dándoles muy poco pienso y nada de agua.

    A las once comíamos sentados en la tapia de la era. Se hacía chaqué de tripas y chairo de dos carnes. Los peones lo tomaban con enormes rocotos de espantable recuerdo. Almorzaban por parejas con sendas cucharas pero de un solo plato. Servíase después papas sancochadas y mote con llatan de ají amarillo y loritos de liccha. Cerraba el festín el reparto de trozos de sangro de trigo, grandes como mitades de ladrillo. Todo rociado con chicha áspera, sin alcohol ni azúcar, que circulaba en descomunales vasos.

    Sin tiempo para reposo continuaba la faena. Aquí entraba en funciones el yegüero, cincuentón en sumiso corcel con arzón alto y templada baticola. El atajo-había dos que trabajaban alternativamente era un medio centenar de caballejos adquiridos en remates del haras militar  La jornada era épica. Los peones se armaban de enormes zurriagos de cuero retorcido, rematados en finos lambetes de cerda trenzada, y se apostaban adosados a las tapias, a cuatro o cinco metros tinos de otros. Impulsados por los más terribles juramentos y otros estimulantes gritos, el atajo irrumpía en la era arreado por el yegüero y empezaba a galoparen circulo, empavorecido por las voces y por los trillazos de los peones ¡como sonaban los trillazos! La marcha iba in Crescendo y creo que sólo terminaba cuando el yegüero ya no podía más con sus riñones. Los caballos chorreaban sudor. Con los dientes pringados de baba y sus ojos enloquecidos revelaban el esfuerzo inaudito que estaban cumpliendo. Venia el cambio. La peonada reemplazaba los lambetes gastados y entraba el otro atajo. Siempre el mismo yegüero, pero en cabalgadura de refresco, y la loca cañera recomenzaba en sentido contrario. El ambiente poblábase de un polvillo que hacia lágrimas. Todo era ruido, estampido de latigazos y ronco jadear de los tristes rocines. Se daba cuatro o cinco remolidas hasta que se comprobaba que el grano quedaba bien trillado.

    Antes que cayera la noche todo debía terminar. El viento juega en la trilla un papel importantísimo; se encarga de separar el grano de la paja. Con grandes palas de madera se aventaba al aire la amalgama triturada por las bestias, y la brisa llevaba el despojo -granza- cayendo sobre extendidas tolderas el rubio grano intacto, reluciente, apretado y generosos como una promesa de vida y de pan. Si no había viento había que llamarlo. Se encendía hogueras y se le silbaba amorosamente con una melodía que no puedo repetir pero que resuena en mis recuerdos. Práctica mala o buena lo cierto es que el viento acudía. Todo había terminado. El grano limpio era encostalado en burdos gongoches y llevado a lomo de los sufridos asnos a graneros grandes como iglesias. La peonada se iba a sus viviendas y volvía la paz al campo.

    La trilla había terminado, pero no mis voluntarias tareas después, jinete en algún mansurrón caballo, acompañaba al molino al  Mayordomo. Arreábamos al molino al Mayordomo. Arreábamos  interminable fila de borricos. Si la cosecha había sido buena la balanza debía acusar 20 fanegas de 205 libras por topo cultivado. Si el precio  del mercado era productivo, deberíamos cobrar 18 soles por fanega No siempre el año era bueno y pocas las veces en que el grano fue bien valorizado. La Tía sólo ganaba para vivir sin estrecheces. Una vez la cosecha fue muy mala, no pudo pagar el alquiler y la desalojaron ignominiosamente. Pero esa es otra historia.

    Revista Fanal Lima, Alfonso Delboy 1952.


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    La Trilla, pintura de Teodoro Núñez Ureta.

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    La Siembra y cosecha de Trigo (Carmen Alto)


    En los rastrojos de maíz y CCANUNA de papas, se preparaba el terreno en que se sembraba el trigo, en junio o julio, para cosecharlo en diciembre, antes de las lluvias. La semilla correspondía a las variedades del trigo MENTARA y el BARBA BLANCA, luego se sembró el TRIGO MOCHO llamado así por no. tener barba.

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    Nota: La ccanuna como queda el terreno después de pallapar. ( Del aymara , chacra donde acaban de recoger papas).

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    El terreno, antes indicado, se preparaba pasando una reja con apero de palo no muy profundo, luego se pasaba la rastra de fierro para limpiar la broza y nivelar la tierra, para después pasar rastra con palo borrador, se Melgueaba con apero de palo haciendo los surcos necesarios para anegar o regar, se pateaba y se rociaba la semilla de trigo al voléo a razón de 80 a 100 kilos por topo, se daba una reja con apero de palo, y una pasada con rastra de fierro para enterrar el grano, al final se melgueaba con apero de palo para regar en las mitas correspondientes.

    A las tres semanas de sembrado el trigo cuando el tallo era aún pequeño, si se deseaba sembrar alfalfa que era muy común.

    Se rociaba dicha semilla, también al voleo, y para enterrarla se arrastraba una rama de molle personalmente o con la ayuda de un burro.

    Las cosechas se obtenían a los cinco o seis meses, de acuerdo a la variedad, creciendo el trigo junto con el majuelo de alfalfa.

    Procedíase entonces a la siega para llevar las espigas a las ERAS y ceder su trilla con atajos de caballos o tropas de burros y, en muy raras ocasiones, con máquina trilladora. La paja que quedaba en el campo luego de la siega era cortada para "repajar" los techos de las casas. Este repaje era común realizarlo antes de la época de lluvias, los techos de paja quedaban tan consistentes que nunca pasaba el agua de las lluvias.

    El trigo obtenido se cargaba en costales, a los diferentes molinos, para su venta; desde 1965 no se sembró más trigo porque el Gobierno comenzó a importarlo de Argentina a precios muy por debajo del cosechado en Arequipa, por lo que a los agricultores les resultaba antieconómico sembrarlo.

    Actualmente la siembra, cultivo y cosecha de papa, maíz y trigo ha cambiado de ahí que las cosechas no son tan buenas como las de antes, y sobre todo no se sigue el proceso que antes se cumplía;  más aún, no se cuenta con guano de isla o  se guanea con abonos artificiales que generan parásitos, viéndose obligado el agricultor a gastar ingentes cantidades de dinero en pesticidas, en desmedro de su margen de ganancias.

    Por eso, en estos momentos, son pocos quienes siembran y cosechan maíz y papas, haciéndolo en poca escala; dedicándose más a las verduras y alfalfa por ser más productivas y en menos tiempo de cultivo.

    Un aspecto muy importante, que observaba el agricultor de nuestros tiempos de niño, era que sembraba teniendo en cuenta los cambios lunares, por lo que en toda casa siempre había un almanaque que los indicara, a la vez que les servía para poner los nombres a los hijos de acuerdo a los santos que consignaba para el día dicho almanaque, salvo algunas excepciones.

    Carmen Alto, Vista hacia donde se ubicaría posteriormente  el Observatorio 1890.

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    Las Eras y La Trilla


    El poblano carmenalteño ha sido y es eminentemente agricultor, dedicado a la siembra y cosecha, especialmente de papas, maíz, trigo, alfalfa y verduras. Para guardar los productos tuvo que construir graneros, asimismo ERAS, hechas en partes altas donde sopla libremente el viento; eran de forma circular con paredes medianas de adobe o sillar que se unían con cal, piso empedrado, puerta de acceso amplia trancada con palos de molle o eucalipto, semejaban una pequeña pista de circo romano.

    Atajo en Carmen Alto, 1890.

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    En las eras se hacía LA TRILLA del trigo o cebada, la espiga se segaba en la chacra que se conducía a la ERA en tropa de burros. Se le ponía a secar al sol formando un montón. Extendida ya, era pisada por ATAJOS de caballos y yeguas que, en libertad, se les hacía correr sobre la paja y espiga hasta que quedara totalmente desgranado. Nosotros aún ccoros, corríamos tras los atajos con un pequeño zurriago que hacíamos restallar de trecho en trecho que aunado a los gritos de ¡HUALALI HUALALI!  azuzábamos los animales que, en número de 15 más o menos, cumplían el trabajo a falta de caballos o cuando era menor la cantidad de trigo, se utilizaba tropa de burros acollarados.


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    El primer burro era aparejado con carona  y conducido por un peón que lo hacía remoler sobre su eje, recibiendo el nombre de MADRINA, Esta tropa de burros la componían 10 anímales a los que se  Incluía en los últimos cuatro puestos igual número de caballos de poca alzada aprovechando el más rápidos de estos en los extremos; En concreto los burros al trote y los caballos al galope realizaban el trabajo de la trilla en forma muy eficiente y sin malograr el grano.


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    Desprendido el grano de la espiga, el  producto en el acto llamado PARAR EL MONTON, se juntaba en el centro de la era y en la cima se colocaba una cruz hecha con  flores, que la obsequiaba el camayo o a falta de él una persona muy allegada al propietario; toda una fiesta se iniciaba EL AVENTAR, con horquillas o trinches de fierro para que la fuerza del aire se encargara de separar el grano de la paja ya molida. Las mujeres armadas de pequeña; escobas de retama o berbena también de paja de puna, iban limpiando el grano; cuando ya el grano escapaba de las horquillas se utilizaba palas totalmente de madera para no dañar el grano y se concluía el trabajo quedando el grano limpio sin pala, piedras o impurezas, que en costales de yute y portado en tropa de burros se llevaba a los molinos de la ciudad o a los graneros de la casa.

    Al atardecer del día de la trilla, la dueña cocinaba el rico "sango" de trigo que se comía con el pepián de conejo cuy,  luego por la noche, los ccoros, permanecíamos tirados dentro de la granza contando cuentos  y gozando del claro de la luna hasta dormirnos.

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    El Sango




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    Nota: Según el diccionario de Arequipeñismos de Juan Guillermo Carpio Muñoz, El Sango es una comida típica que se prepara con trigo tostado y molido, chancaca, pasas, leche, azúcar, canela y otros ingredien­tes. El sango en Arequipa es espe­so y dulce y aunque algunas per­sonas lo prefieren comer solo, lo tradicional es servirlo poniéndo­le encima una presa de estofado de cuy con bastante jugo colora­do. De acuerdo a mis investiga­ciones sobre nuestra culinaria el sango arequipeño como el de otros lugares derivan del sanku incaico que dentro de la religión incaica, era una especie de eucaristía o comida sagrada, hecha con maíz tostado y molicio, agua y grasa que el Inca invitaba en la cere­monia religiosa del Inti Raymi a todos los asistentes e incluso, a los principales les hacía poner sobre su porción efe sanku un pedazo de carne asada o unas gotas efe sangre de la llama sacri­ficada durante la ceremonia. Los asistentes al Inti Raymi comían el sanku con el mismo recogi­miento con que los católicos comulgan. En la Arequipa anti­gua era la comida obligada y tra­dicional que invitaba el propie­tario o dueño de la cosecha el día de la trilla del trigo y después de la jornada a todos los que intervinieron, en medio de un gran jolgorio. Hoy se lo prepara en contados lugares y algunas veces al año y hay quienes lo pre­sentan como un postre arequipe­ño (sin estofado). No está demás señalar que el contraste dulce- salado (como el del sango con estofado de cuy) es rarísimo en la culinaria típica de Arequipa. El vocablo sango lo incluye el DRAE pero con una acepción genérica, indirecta y que no corresponde cabalmente a lo que nosotros denominamos: sango: “sanco, especie de ga­chas”. Nótese que la Academia —además— prefiere: sanco. Final­mente no está demás destacar que el sango arequipeño siempre se hace de trigo, nunca de maíz. Esto es un indicio formidable sobre nuestro mestizaje: el trigo lo trajeron los españoles y lo maridaron con la ceremonia india del sanku, en el proceso de “extirpación de idolatrías” dado el carácter casi eucarístico del sanku incaico y lo hicieron el potaje infaltable de la trilla del trigo.

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    Las eras, en Carmen Alto, fueron privilegio de los agricultores que tenían buen topeaje de terrenos; pero existía una de uso comunitario la de don Mariano Peña Barriga quien la fletaba, por cuyo uso recibía cinco soles o, en su defecto, le dejaban la granza para confeccionar colchones, abono o alimento de animales.

    Actualmente no existen eras, pues no se siembra trigo desde 1965.

    Las eras también fueron usadas para secar y guardar el choclo del  maíz, aunque los agricultores cuando iniciaron la construcción de sus casas con enrielado y sillar lo llevaron a sus techos y patios para mayor seguridad.

    Jorge L. Cárdenas Delgado .“Carmen Alto, Remembranzas de su ayer” 1998.


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    LA TRILLA CON MADRINA



    El trigal era un vasto y ondulante manto de oro. Los chirotes emergían, se detenían un fugaz instante en el aire y lanzaban su canto. Luego de huacacha velozmente también se zambullían en ese mar de espigas.

    El trigal estaba listo para su cosecha en el fundo llamado Añaypata. Se trataba de unos 60 topos (aproximadamente 20 hectáreas) cuyos propietarios antaño fueron los canónigos del Fierro, pasando luego a los señores de Goyeneche, a unas asociaciones piadosas y finalmente al obispado de la Blanca Ciudad. Estaba ubicado en la parte postrior del cementerio de La Apacheta, y a una hora a caballo desde la urbe.

    Corría el mes de enero. Doña Carmen ordenó una mañana que desde el día siguiente se procedería a la siega. Convocó a un grupo de trabajadores del campo, restando uno de ellos.

    - ¿Ande'stá el Francisco? - preguntó Doña Carmen.
    - Está tihuayando (tiguayar) a los pájaros del trigal, mi ama.



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    Le siega tenía que hacerse a velocidad porque era época de aguaceros y el agua hacia daño al grano. 

    La prisa era pues un factor esencial.

    - Dénle una melga pa’l José, otra melga pa'l Tiburcio y asi en orden,  ordenó la mujer.

    Hombres y mujeres, premunidos de “serruchos” (hoces) desde la madrugada del día siguiente se entregaron a la siega del trigal.

    Mujeres segando  trigo en el Sector de Pachacutec 1960.

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    Con habilidad pasmosa esos trabajadores fueron cortando el trigo formando gavillas cada 5 a 6 pasos para después ser acomodada en costales.

    - ¡Déjense de laqlar y reír que el tiempo guéla! - exclamó doña Carmen.

    Unos mansos borricos enseguida transportaron esos costalea para formar una enorme parva dentro de la era ubicada al pie de la lomada por donde corría el viento libremente.

    La alfalfa sembrada hacía rato que había dejado de ser majuelo y ofrecía una buena cosecha asimismo.

    - Ña Carmen - expresó un jornalero - no todo el trigo está maduro.

    - Bueno, pué, lo segarán en 2 jornadas mas que seya... 

    – precisamente esta primera siega era la denominada siega chica o con “madrina" I a segunda la llamaban siega grande con hatajo.

    En una segunda fase, con largos tridentes llamados horquillas las mieses fueron cuidadosamente esparcidas formando un colchado do unos 80 centímetros de altura. La era de Añaypata era circular. Su piso era de dura piedra y estaba cercada por un tapial defendido por pencas de tuna Era una suerte de coso de 20 metros de diámetro con portón de añosos troncos.

    Y llegó el día de la trilla. Los hombres y mujeres azuzaban agotamiento después de cada faena. Consumían chupes con voracidad y sin esperar a  que el caldo se vuelva tiqca. Remataban con mote de maíz y de habite, aplacando la sed con chicha .

    Bueno, para la trilla dispusieron media docena de borricos y 4 bueyes. Todos colocados en hilera, uno al lado del otro.

    Enseguida con gruesas reatas de cuero retorcido esos animales fueron enlazados por el pecuezo, aseguradas por qcayto (caito).

    Con este misma soguilla les aseguraban los belfos para que no comieran el trigo.

    El primer animal de la hilera o sea la “madrina”, siempre era una burrita.  Así formado, este hato fue conducido al interior del coso con la “madrina" al centro y entonces comenzó la trilla.

    -¡Vamos, carajo, flojos de m.! 

    - se desgañotaba el hombre que los hacía girar en vueltas tras vueltas, siempre con la borriquita al centro.

    El halo descansaba brevemente y después otra vez los gritos y las vueltas pisoteando las espigas. Con el repaso de las patas de burros bueyes escapaban los granos. Era la esperanza de pan y de alimento.
     ¡Pareciera que va a llover, apúrense cosas cuches! - gritaba Doña Carmen.

    Las primeras vueltas del hato fueron fatigosas debido a que los animales tenían que marchar por un verdadero mar de paja con espigas. Pero en da vuelta se fue haciendo más blando el monótono caminar.

    Al concluir la tarea de la trilla, las crujientes mieses producían movimientos ásperos de grabos y fragmentos de paja.

    Después se habría de realizar el escojo del trigo pero ya en el marco de la trilla grande, un magno acontecimiento con ribetes de fiesta y festejo.

    Toda esa gente que participó en esta trilla con “madrina”, por las noches roía a la luz de la luna pero se ponía fúnebre y triste cuando por el cielo cruzaba gritando el paqpaco.

    - ¡Pac, pac, pac...!

     - ¡Maldito seyas, hijo de p... malpariu! - lo insultaban y el pájaro malagüero volvía a gritar.

    -¡Pac, pac, pac...!
    Y es que tenían la creencia y superstición de que a consecuencia de ese canto lastimero, al día siguiente alguien tenía que morir.

    - ¡Dios mío, ojala que no haya finau!

    Estampas de Arequipa . MAROVE, 1996.


    La Siega, Pintor L.G. De la cuba B. 1921.

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