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    Uno de los historiadores y tradicionalistas más  renombrados de Arequipa es sin duda don Mariano Ambrosio Cateriano y Rivera,  presentamos una de sus  tradiciones la cual forma parte de su libro "Tradiciones de Arequipa  o  Recuerdos de antaño", titulada:


    La Plegaria de las diez de la noche


        I

    De noble prosapia y elevada alcurnia, fue don Roque de la Quintana y Sotomayor, nacido en esta viña de Dios entre cortinas de damasco, pañales de batista y arrullado en cuna de las más doradas. 

    Como caballero de capuz y garnacha, rompía chupín y calzones de tisú, media de sarga, y charretera de oro. Comía tortas y pan pintado y remojaban su garganta las más deliciosas bebidas del reino.

    Empezaba a resbalar por su flamante barba el filo de la navaja, cuando sus amorosos y muy cristianos padres le daban el abrazo de despedida eterna, marchándose en paz de buena o de mala gana.

    A causa de este involuntario viaje, vióse el caballero de capuz, en un santi-amén, de dueño y señor de muchos esclavos, terruños y dineros.

    Aunque nacido de tan católicos progenitores y alimentado con la leche del buen ejemplo, no era don Roque de los que guardaban vigilias y témporas. Verdad es que no era tan moro que le faltasen del todo sus devociones, pues que sí las tenía, y muy fervientes, a los ojitos que pestañaban y a las muelas de Santa Apolonia.

    Faltaría primero la campana del alba que Sotomayor a sus devociones, contándose entre éstas la asistencia a cierta asociación piadosa o cofradía donde pasaba largas horas examinando si las muelas de su santa devota, serían exactamente iguales por todos sus lados.

      No se hallaba en observancia por estos reinos, la real pragmática de don Alfonso el sabio, sobre las "TAFURERÍAS", porque don Roque en su cofradía pasaba las noches de "claro en claro" entregado a esa ocupación tan inocente como entretenida, sin que nada lo perturbara.

      No debió estar el de la Quintana iniciado en los misterios de arte ni le sería conocida la respetable autoridad del padre Toranzo, en tan importante materia. Lo que sí está fuera de toda duda es que tuvo en su calavera cierta protuberancia que el doctor Gall, por más que se quemó las cejas y despestañó, no pudo encontrar para colocarla en su craneología. 

      Andando los días y las noches y con ellas don Roque y sus devociones, ocurrióle un suceso memorable que es el alma y la sustancia de este, no tan largo cuanto maravilloso cuento.

    II

                                                                            

      Era 25 de diciembre del año 1 778, y Sotomayor hallábase aquel día apuradillo para responder a los diversos llamamientos que se le hacían.

      Mas don Roque no se atropella y se da tiempo para todo.

      Verticales caían los rayos del sol sobre la ardiente mollera del de chupín de tisú, cuando muy peripuesto y empingorotado, ajustando espuelas a su alazán o castaño (que en esto no están conformes los cronistas), llegó en dos latigazos al alegre y hermoso bosque de los perales.

      Que allí saltó e hizo piruetas, ofreció protección a una dama y amparo a una doncella y bailó la zaranduela; por muy sabido se calla.

      Entre la luz de la tarde que pasaba y la de la luna que venía, llegó el galán a su casa, de vuelta de aquel paraisito perdido.
                                                                          

          III

    Antes que clamoreasen las campanas de las ocho, ya Sotomayor saludaba alegre y cortésmente a sus camaradas, los cuales al verle se llenaron de alegría y cuadrándose al momento se pusieron en son de combate. Principió el cañoneo al bolsillo del galante don Roque, luego el fuego graneado y la carga apresurada.

      Como a ese paso nadie llega a viejo, y como de donde se saca y no se pone de acabarse tiene, flaqueaban a gran prisa los acribillados bolsillos que muy embutidos de doblones llevó aquella noche el señor de la Quintana; y a la vuelta redonda de una hora, estaba mi hombre más limpio que lo estaría el día que vino al mundo.

      Aunque algún tanto amostazado de las pasadas que la ingratona suerte le jugaba sobre la limpia y bien estirada carpeta verde, bañándose en agua de rosas, confiado en que esa noche debía serle de muy felices aventuras pues así se lo decía el oráculo de la experiencia en esta regla que él tenía como muy segura:

    "Si pierdes hoy en el juego,
     tu dicha está en el amor".




    IV

                                                      

      Apropincuábase la hora tan deseada por don Roque, la hora de la última cita, el "finis coronat" de aquel feliz y memorable día; y como preciaba de buen soldado, fue a esperarla en su puesto.

      No bien discurría por la calle, cuando se le ofrece una aventura tan inesperada como interesante.

     Una dama de talle esbelto y arrogante que arrastra crujidera seda y perfuma el aire con su aliento, se deja ver en el camino. Don Roque que no era gago, dijo para su chapín: "más vale pájaro en mano" y dejando a un lado cita, fuese en seguimiento de la elegante dama.


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       En vano cruzó calles y torció esquinas con la velocidad de una ardillita. Su tentadora parecía haberse convertido en fantástica visión; y cuando más aligeraba el paso el de la media de sarga, le parecía estar más distante del objeto que seguía.

      Hacía como una hora que don Roque era, al parecer, el objeto de las burlas de la dama misteriosa cuando a la luz de la luna refulgente, alcanzó a verla inmóvil, cual una estatua, en la esquina del atrio de Santo Domingo. Creció entonces su agitación y voló a darle alcance a la que así lo llevaba al retortero.

      En muy pocos minutos cubrió la distancia que lo separaba de su perseguida, y así que estuvo muy cerca de ella, advirtió que continuaba andando con mucha lentitud en dirección a la puerta del convento. En efecto, luego que pisó sus umbrales, después de un fuerte crujido de los cerrojos y un estrépito espantoso, capaz de inspirar pavor al mismo don Juan sin miedo, abriéronse de par en par las puertas y entró la misteriosa dama, y, tras ella, Sotomayor. Entonces puesta de pie descubriendo su escondido rostro y con voz espantosa, dijo a don Roque que ya tocaba sus vestidos: "HOMBRE LIBERTINO, MIRA A QUIEN PERSIGUES". Don Roque alzó los ojos y vio a la mujer convertida en la imagen de la muerte y, al punto, desapareció.


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      Sotomayor exánime cayó en tierra.

      En ese momento sonaban las diez de la noche en el reloj de la Catedral.

      Fray José Soria que bajaba a la sazón del coro, viendo abiertas de par en par las puertas del convento a una hora tan avanzada, quiso saber el motivo que para ello había y, al acercarse, tropezó con don Roque que yacía en el suelo. Túvolo por un cadáver, mas luego que conoció que estaba vivo,  porque respiraba, aunque con mucha lentitud, lo condujo a su celda después de cerrar las puertas del convento, donde pasó la noche suministrándole los auxilios que le fue posible.

      Al día siguiente comunicaba el de la Quintana, bajo secreto de confesión, a Fray José Soria, cuanto el lector sabe, y algo más que no le es permitido saber.

      En memoria tan extraordinario y terrible suceso, fundó don Roque una obra pía en una de sus casas del barrio denominado "el matadero", para que se tocase perpetuamente en Santo Domingo una plegaria a las diez de la noche, encargando a todo los que la oyesen, rezaren un padre nuestro por la conversión de los pecadores y los agonizantes. La plegaria se toca hasta ahora perpetuamente; lo que es el pater noster, no sé si habrá quien lo rece.


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       Suceso tan espantoso, produjo una completa transformación en don Roque. No volvió a la cofradía, ni a recibir citas a las diez de la noche, ni siguió a damas misteriosas. Confesado y arrepentido de sus pasadas faltas, retiróse a buen vivir siguiendo el ejemplo de sus padres; y cada vez que oía las diez de la noche, temblaba como un azogado y se ponía a rezar el Miserere. 


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