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    Muchas son las tradiciones que la tierra del Misti nos puede ofrecer , pasando por las históricas, religiosas, culinarias, culturales y sociales, de está ultima algunas se han perdido en el olvido, y algunas se resisten a desaparecer, revisando la singular obra del doctor Juan Guillermo Carpio Muñoz sobre los arequipeñismos, nos encontramos con que, mucho del hablar mistiano ha cambiado considerablemente quizás algunos arequipeñismos de antaño hoy sean solo parte del recuerdo colectivo y otros que si bien subsisten han cambiado en su definición, justamente en el presente artículo presentamos y volvemos a revalorar arequipeñismos aparentemente olvidados en forma y significado, a fines de los años setenta se escribió una obra que recoge mucho de las tradiciones de antaño , está obra se titula "La Faz oculta de Arequipa" año de 1965, de Antero Peralta Vásquez en la cual describe y expone los cambios suscitados en la tierra del Misti en el Siglo XX, recogemos en este articulo en especial, esta parte.


      Los Faites 

    "En las primeras décadas de este siglo Arequipa ya tenía sus rebeldes sin causa. Sólo que los "rockanroleros" de entonces no eran hijos de familia, irresponsables, mozalbetes engreídos de la "high life", sino mozos y hasta hombres maduros de la clase trabajadora; camorristas de oficio, supervivientes deslavados—a mi modo de ver— de los montoneros, es decir, de los guerrilleros mistianos de ayer. Se llamaban a sí mismo "faites" o "trejos" y se asociaban en "pandillas", "pandillas de palomillas", como las denominaban otras gentes. Cada barrio de la ciudad tenía su pandilla, enemiga jurada de las demás pandillas. Los "faites" señoreaban las calles sobre todo de noche, luego de escucharse el Angelus, teniendo por cuarteles ocasionales las esquinas principales de sus respectivas jurisdicciones. Cada grupo tenía su jefe, su santo y seña y su razón social, esto es, su mote: "Los Saca Chispas", "Los Chinchuchos", "Los Sapos Verdes", "Los Cachirulos", "Los Artilleros" y otros apodos que, por lo indecentes, no los consignamos. Cada pandilla era un ejército irregular de "trompeadores" sujeta a ciertas normas originales de rígida disciplina.

     La de probar la hombría, por ejemplo, comiéndose un rocoto sin decir ¡Ahu!. Para estar en forma, los "faites", se entrenaban trompeándose a diario entre "cumpas". No "de a de mentiras, sino golpeándose a todo forro". El "cachimbo", para ganar méritos, tenía que comenzar el "training" peleando con otros novatos o mansos de la partida. Y, para ir acumulando créditos, con cotejas de mediano cartel. Finalmente, para obtener el título profesional de "cancheros", con los "faites" del propio grupo. Pero quienes les servían de "sparrings" hechos a la medida, a quienes les daban a matar, eran los mozos extraños, generalmente serranos, que atinaban a pasar por una de las calles vedadas, calles tabú de uso exclusivo de los vecinos del barrio. Después de las oraciones ningún intruso podía transitar impunemente por las vías públicas sujetas a la vigilancia de las pandillas; excepción hecha, por supuesto, de la gente madura que nada tenía que ver con los celos moceriles. Joven extraño que asomaba las narices por una calle vedada, era de inmediato provocado, ya con la mentada inesperada de su madre o ya con la pechada sorpresiva. 

    O cerrado a golpes sin expresión de causa. 

     Pero —sea dicho en honor de los faites— no toleraban abusos. Tenían, como los maleantes del hampa, sus propias normas de ética profesional. No permitían que un grandulón o "macote" agrediese a un chato, flacuchento o mosca muerta. En cada caso, el jefe de la pandilla, calculando a groso modo las medidas y peso del intruso, designaba el coteja. 

     —A vos te toca, "Calambrito" —decía, "verbi gratia"— 

    ¡Sácale la madre! Si no retruca, sácale la m..., carajo!. 

     A diferencia de los "rockanroleros" actuales, los "faites" justificaban sus tropelías con un vago ideal: el de la endogamia. (Lo que en verdad "no constituía causa de guerra). No estaba permitido que los suyos fueran a enamorar a chicas de otros trigales a lo menos en principio—; y menos lo estaba que mostrencos de otros pagos entraran a título de galanes en su propio gallinero. Pero no todos los jóvenes entraban en dominios ajenos con propósitos exogámicos. Bastaba que fueran mozos de otros barrios para ser agredidos. 

     Como en aquellos tiempos se enamoraba a distancia, contemplando simplemente a las chicas, sin dirigirles siquiera un piropo, contentándose el pretendiente, en el mejor de los casos, con mirarla tímidamente a la pretendida, una o dos veces al día, cuando ella salía de misa o iba al colegio, nadie estaba seguro de ser correspondido por nadie. Y menos los palomillas de las pandillas que socialmente estaban a una distancia astronómica de las niñas bien. Y como no estaban individualizadas las relaciones amorosas, los celos de los "faites" eran de carácter colectivo, anónimo. Al respecto, la conducta de los "faites" era negativa; como los perros del hortelano, no enamoraba ni dejaban enamorar. ¡Ay, de los que se atrevían a penetrar en el huerto ajeno para dar serenata a alguna dama o, en días de carnaval, para echar polvo y agua florida a las niñas!. 

    En menos de que canta un gallo eran apabullados, en "huayquilla", esto es, en carga montón, por los pandilleros. (Ahí salía a relucir lo que hay de indio en el cholo: el "huayquillero". Pero en los combates singulares refulgía la otra cara de la medalla: lo que hay de caballero español en el mismo cholo). Los faites, en sus actividades ordinarias se dedicaban a los combates singulares y en las extraordinarias, a las guerras masivas. Peleaban, según propias expresiones, "porque sí" o "porque me da la gana". 

    O porque no querían que nadie les pise el poncho o porque alguien encendía la chispa con un chisme, como este: —Oyes, "Takpi": dice que el "ñato" Pansa y Cuero de la Antiquilla te pega... —¿Quién dice eso, so bocón de m...? —La gente, pues. —¿Quiénes la gente? 

     —La Hipóla, el Toribio, la "Pasposa", el Chaparro.. "tuititos", hom!. —"Entón", "andá" "decile" a ese hijo de una "jijuna" que mañana lo espero detrás del molino de las Mercedes, a las 6 en punto, para sacarle la mugre, carajo!. 

     Las trompadas comenzaban con los puntapiés a las espinillas y a los talegos de la virilidad. Cuando alguna patada sonaba en las nalgas del adversario, surgía casi siempre un grito de buen humor: 

     —"Pegá" de frente so hue... ¡No patees por detrás!. 

     Cansados de cambiar patadas, comenzaban con los "chopazos" a las narices, seguidos de los, "chancacazos" a las testas. Terminaban con los "mojicones" de cuerpo a cuerpo. Al que caía no se le pateaba en el suelo. Nada de mariconadas. Sólo los cobardes de "mechica" patean al caído. El que quedaba en pie esperaba a que el contricante se pusiese de pie y se cuadrase. Si no se cuadraba, estaba vencido, como cuando se arroja la esponja en los matchs de box. Por lo regular, las "agarradas" de los "faites" terminaban tablas, en estado "groggy", cuando los puños y las puntas de los pies ya no desempeñaban a cabalidad su cometido. 

    El empate obligaba a los contendientes a proseguir la pelea al día siguiente y si persistía el resultado indeciso, los días subsiguientes, hasta que uno de ellos plantase pico por A o B motivos: la luxación de un tobillo, la excesiva hemorragia nasal, etc. Así fue la contienda del "Coro" Vela (Raúl), trampeador famosísimo, con el "Cacho" Flores, campeón de la Maestranza, si mal no estamos informados. El escenario fue un canchón de lo que es hoy el barrio de María Isabel. 

    El sexto día de la contienda intervino la policía. En mala hora. Los pobres "cachacos" de entonces se llevaron una buena "tunda". A uno de ellos le hicieron tragar el pito que tocaba de un puñetazo. No cayó, por supuesto, un solo preso, ni de actores ni de espectadores, todos "empalados" contra los custodios del orden público. “Huelga” decir que cada "faite" se sentía el más macho del Universo y cada pandilla la más treja de la ciudad. La tradición oral de Arequipa ha conservado hasta ahora los nombres de "faites" famosos, aureolados de gloria, como de protagonistas de hazañas legendarias. "Trompeadores" a la criolla, tenían todos ellos apodos que hoy se di' rían alias.

     Tales como Saturnino Santisteban, el "Tronco", del Beaterío, Salvador Gutiérrez, el "Salvacho" del Callejón Loreto, Pastor Gutiérrez, el "Pastaco" dé los Arrayanes, los hermanos Peralta (Gerardo e Isaac), el "Macote" peso pesado, y el "Trinquete", peso mediano, de la Ranchería, el "Chirote" Arce de Yanahuara, el "Ca... Chispas" Valdivia de la Cortadera, el "Ñato" Cleto de San Lázaro, los Polanco, "Patas de Fierro", de Miraflores, el "Tirallo" López de Camaná, Mariano Perea el "Acerau", de la Estación, el "Tacpi", el "Camisa de Seisuna", el "Ecebollau", el "Chiripipas", etc. (Algunos de estos datos estén acaso equivocados; pues nuestros informantes ancianos discrepaban en muchos detalles; en la atribución, por ejemplo, de un mismo apodo a varios "faites", todos ellos "trejos". 

    Algunos de nuestros informantes se han referido "ponderativamente" al terrible "Repatriau" de la Pampilla, que rompía de cada puñete una puerta o una mesa de picantería —¿karate?—; pero ninguno de ellos recuerda el nombre del "faite" venido de las salitreras de Iquique). 

     Las peleas masivas, esto es, las guerras de barrio contra barrio, constituían verdaderos acontecimientos magnos . Se llevaban a cabo al margen de la ley y a despecho de las autoridades que hacían la vista gorda. Guerras formalmente declaradas y planeadas a conciencia por las pandillas y tercamente sostenidas por un barrio contra otro o contra otros, el Resbalón contra el Beaterío, por ejemplo, o Miraflores, numéricamente más poderoso, contra San Lázaro y "la Ranchería" coaligados. Los combates se libraban ya en los arenales de Challapampa, ya en los de Bolognesi (hoy Alto Miraflores), ya en los de "Cacallinca" (hoy Urbanización Hunter), ya detrás del cementerio (hoy Ciudad Mi Trabajo).

     Cada ejército iba armado de palos, hondas, piedras, escopetas y hasta cañoncitos de fabricación casera, de su bandera y su tambor y corneta. Los disparos iniciales de las armas de fuego no herían, por supuesto, a nadie. Servían únicamente para hacer ruido y crear ambiente de guerra. Los siguientes disparos de piedras con hondas daban algunas veces en blanco, por casualidad.

     Al acortarse las distancias, los proyectiles que sí hacían impacto eran las piedras lanzadas a pulso; las que generalmente provocaban "retumbos" en las cajas torácicas. Y los garrotes asentados de alma que hacían tronar los cocos defendidos por sombreros metidos hasta las cejas. 

    Lo más espectacular de la lucha venía a la postre, con la "trenzadera" general: a patada y puñete limpios, por lo menos, al comienzo. Aquellas batallas campales, de masas contra masas, con acompañamiento de tambores y clarines de mala muerte, levantaban polvo y vocerío ensordecedor, al que se sumaba el de los espectadores azuzantes. "¡Dale a ese indio espeso!", "Ño echen tierra a los ojos, carajos!". Los "cocachos" arrancaban chispas de las testas. Los cabezazos hacían ver estrellas rojas. Y los puñetes bien descargados en los órganos del olfato hacían oler a pólvora quedada. La pelea final, de cuerpo a cuerpo, duraba horas, hasta el agotamiento absoluto, son signos de asfixia, provocados por el polvo y la sed. Entonces el entrevero era ya de lo más intrincado y cómico. 

    Ofuscados por el enojo y los golpes asimilados, los contendientes ya no distinguían a los objetivos de su agresión. Cada quien disparaba golpes a tronche y moche y, a la vez, recibía todos los que provenían de su contorno. Amigos y enemigos, todos los que estaban al alcance de los puños, eran objeto de agresión, indistintamente. Esto debido, además, a que, desde antes del caos final, en lo más álgido de la contienda, ya se hollaban ignominiosamente los principios humanitarios que hacen menos salvajes las guerras de la civilización moderna. Ahora todos los medios de agresión eran lícitos, digo, inevitables, incluso el ensañamiento a patadas con los caídos; con los combatientes que, cubiertos de sudor y de sangre, sedientos y exhaustos, en papeles de gladiadores criollos, daban con sus humanidades en la arena.

     Si tales gladiadores lograban todavía levantarse, volvían a la carga con más ira, pero ya sin fuerzas. Jadeantes, "jipando", injuriándose con palabrejas sucias de la peor jerga, empujándose, estrujándose, propinándose ajos a granel, terminaban por echarse en cara densos escupitajos.Y, al desplomarse definitivamente, se daban todavía de patadas, en un supremo esfuerzo de estirones de piernas. No pocas veces el triunfo se decidía en un duelo singular; entre los jefes máximos de los dos bandos disputantes. Y cuidado que cada jefe era el más "trejo" de los "trompeadores" de cada bando, triunfador en 100 peleas y respetado y obedecido sin chistar por los oficiales y soldados rasos de su pandilla. Hasta hace poco refulgían en el recuerdo de los arequipeños los sobrenombres de varios de esos jefes indiscutidos y vencedores de otros jefes en plenos campos de batalla: el "Toro" de Cayma, el "Yunque" de la Estación, el "Rajacho" de Pampa y Camarones, cuyos nombres propios han sido eclipsados por sus apodos famosos. “Huelga” decir que el saldo de aquellas batallas sin motivo eran de heridos leves y graves y, cuando no, de algunos muertos "de resultas de una mala pedrada o de patadas a todo forro en los riñones".

     Muchos de los lesionados eran de simples mirones que, a veces, "chupaban" también por "metetes"; "por meterse a meter candela en la pelea". 

     Cuando hablamos de aquellas querellas colectivas sin motivo, tenemos en mente, por simple asociación de ideas, las peleas estudiantiles de nuestros días, las que libran, en plenas calles de la ciudad, los alumnos del Colegio Nacional de la Independencia Americana con los de la Gran Unidad Escolar "Mariano Melgar", por ejemplo, no obstante de haber nacido ésta por simple disparidad de aquél.

     ¿Qué los induce a golpearse como enemigos rabiosos?

     Se dice que las rivalidades deportivas o la emulación en el arreglo de carros alegóricos para sus fiestas, como toda rivalidad, conduce inevitablemente a la querella. 

     Hay mucho de cierto en este aserto. Pero las explicaciones de los propios actores desconciertan; pues se nos ha dicho que pelean "porque les hierve la sangre cuando ven a los alumnos del colegio rival". Considerando el fenómeno en su amplitud universal, toda "rivalitate" lleva consigo las ideas de competencia y de enemistad y, por ende, el propósito muy humano de salir victorioso, esto es, de vencer al adversario. 

    Pero, para vencer, hay que pelear, en el coliseo y el ring, en el foro y el parlamento, en todos los casos de oposición entre dos o más personas que aspiran a obtener una misma cosa. Sí, pero en el caso de las pandillas que contendían por contender y y nada más, no existía claramente ese motivo de la competencia: el de aspirar a alcanzar una misma cosa. No tenía otra explicación que aquella de los colegiales de hoy, "porque les hierve la sangre en cuanto ven a los colegiales extraños". 

    Es decir, procedían de la misma manera y con la misma predisposición gratuita que los romanos antiguos cuando se les ponían a la vista los "hostis", esto es, los extranjeros que, por el simple hecho de ser tales, eran considerados enemigos. Predisposición primitiva que, por lo demás, está latente en los instintos aún de los hombres más calificadamente cultos de nuestros días. Como cuando se diluyen en la masa que pulula en los tendidos de los estadios o en los mítines políticos. Las competencias futbolísticas, que tanto apasionan a las multitudes, terminarían de continuo en batallas campales si no existieran los cercos de alambres que protegen las canchas de juego. Aquí se nos podría oponer el argumento de que las pandillas de "palomillas" tenían también el propósito de ganar, de aspirar a los honores de la victoria. 

    Aparentemente es así, por la circunstancia misma de que cada pandilla se sentía superior a las demás. Pero precisa no perder de vista esta característica fundamental: a las pandillas, más que alcanzar lauros, les interesaba pelear, pelear a toda costa, permanentemente, por el solo placer de pelear. (Aguzando en demasía la sutileza, podría decirse que esté placer es un motivo poderosísimo. Pero resulta absurdo suponer que los "faites" o las pandillas pudieron aspirar a la misma cosa: al placer de pelear). 

    Los pandilleros eran los guerrilleros de la guerra permanente. Y eran, a la vez, los peleadores puros de la pelea como tal. Ya llevamos dicho que aquellos episodios de tipo "rockanrolero" de las pandillas de "faites" eran los rebrotes deslavados de las antiguas campañas de los montoneros. En ambos casos el dato tipificador era la espontaneidad. Tan espontáneos en sus acciones eran los "faites" como los montoneros. Tan prestos a disparar como las escopetas de salón. Los famosos montoneros, en cuanto tocaban a rebato las campanas de la catedral, salían de sus casas, a la carrera, rifle al hombro, preguntando: "¿Por quién peleamos y contra quién?". En este sentido, los montoneros de ayer eran los "rockanroleros" de la política nacional. Y sólo en este sentido, y no se nos mal entienda.

     Otra cosa eran los motivos de carácter ideológico con que los caudillos enfervorizaban a las masas populares. Se ha sostenido insistentemente que los montoneros de ayer tomaban las armas en defensa de la Constitución y de las leyes conculcadas por las tiranías. Cierto, muy cierto; pero no por propia y espontánea decisión, dictada por una conciencia cívica muy elevada, sino obedeciendo a las directivas políticas de sus caudillos, presionados éstos a su turno, por los órganos mentores de la opinión pública. 

    Lo que, por cierto, no merma ni empaña el relieve histórico de las montoneras; pero sí que explica los perfiles de la "faitería" mistiana. Perfiles que aún se advierten hoy. Perfiles que dicen relación al modo de ser, a la esencia, de los arequipeños. ¿De dónde provienen si no el espíritu singularmente camorrista del cholo arequipeño? Probablemente, en línea directa, del "faite"; éste del montonero y éste del osado caballero español".



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    Índice Biografías                    Índice General


    Arequipeñismos:

    Chancanazo: golpe.
    Chirote: Ave de la campiña arequipeña de color negro o pardo con el pecho rojo, apodo d evarón que se parece al ave.
    Chopazo: puñetazo.
    Cocacho: Utilizado en el artículo : Coscorrón , golpe que se da con los nudillos en la cabeza. como arequipeñismo: golpe que da un toro a otro con el asta.
    Faite: (Del inglés fighter, guerrero , batallador peleador). Hombre  de presencia física imponente por su vestido fuerza y gallardía.
    Jijuna: Insulto que descalifica a un apersona  de la más baja estofa moral.
    Macote: Persona tosca , fuerte, torpe.
    Seisuna: Cedazo de tela burda  o de yute que se utiliza para colar la chicha cuando se está preparando.
    Tacpi: Persona que tiene los pies mal formados que, tacpea: que gasta de forma desigual los zapatos.
    Tirallo: La bola, canica o fril (especie de frejol) más grande, Apodo de varón con la cabeza grande y corpulento.
    Trejo: Dícese de la persona fuerte valiente.
    Trompeador: Persona que le gusta o es diestra en pelear a trompadas.